Cualquier cosa, lo que sea, menos esto

El pasado miércoles, 1 de noviembre, fui a ver El chico y la garza al cine. Fui porque tenía que ir. Me explico.

Me enteré en realidad por casualidad de que Hayao Miyazaki, uno de mis artistas favoritos, estrenaba finalmente la que algunos creen que puede ser su última película debido a su avanzada edad, pese a que al parecer está todavía acudiendo al estudio con más ideas para un nuevo proyecto. Tengo una manía, que es proyectar en sucesos del exterior señales o «causalidades». Vaya, que me empeño en creer en el destino, o en no abandonar el pensamiento mágico. Veréis, llevo un largo tiempo queriendo realizar un importante cambio en mi vida, de esos que hoy en día, en la era de los influencers, muchos directamente grabarían de manera dramatizada para subirlo a las redes. Algo como esos famosos cambios físicos que se ven en Instagram o en los shorts de YouTube, pero a nivel interior.

En realidad llevaba queriendo hacer esto muchos años. No exagero, viene de largo. Sin embargo, es imposible hacer un cambio sin un objetivo claro. Pues bien, a lo que me he dedicado en la última semana es a, de una vez por todas, tomar una decisión. No es moco de pavo, ya que se trata de la decisión de a dónde dirigir mi vida. Bueno, «a dónde dirigir» entre comillas, porque sigo pensando que la capacidad individual que tenemos para dirigirnos es realmente limitada, ya que la infinitud de variables en el mundo que nos afectan es incontrolable e impredecible. Pero el caso es que uno ha de fijarse una meta, un objetivo claro, para poder actuar, y ya si eso, uno conseguirá acercarse más o menos. Pero independientemente del resultado, al menos uno puede empezar a moverse gracias a esa idea fijada en mente.

Tras ver la película consulté varias reviews de críticos en YouTube, algo que también suelo hacer con determinadas películas que me han impactado. Uno de ellos decía algo que creo que es acertado. Miyazaki ha estado contando la misma historia en la mayor parte de sus películas. Con alguna excepción, como en Porco Rosso. Sin embargo, el esquema de sus películas es, efectivamente, parecido, en el sentido de que tenemos a un personaje infantil, niño o niña, que emprende un viaje fantástico haciendo frente a la parte más fea del ser humano para adquirir madurez y continuar su vida, respaldado por este nuevo conocimiento.

Resulta que yo, inconscientemente, también sabía que al ir al cine iba a ver de nuevo esta historia, que ya he visto pero que, de hecho, necesitaba urgentemente ver otra vez. De hecho, era vital que esta película me impactara de manera brutal y definitiva. Es decir, esto es una tontería ya que uno no tiene por qué necesitar ningún estímulo externo para tomar la decisión de dar un nuevo paso en su vida, pero en mi caso, y debido a mi manía de buscar señales donde sea (recuerdo un capítulo de Cómo conocí a vuestra madre en la que Lily necesita ver clones de Barney para lanzarse a tener un hijo), necesitaba que Miyazaki, una de las pocas personas capaces de generar tal emoción en mi interior como para provocar un tsunami y un huracán de transformación, sacara una nueva película para que yo, de una vez por todas y al igual que cualquier otro que vea una de sus obras, me sienta identificado una vez más con el personaje principal y, esta vez sí, acompañándole, culmine yo también esa maduración, coming of age o regreso a la realidad con la fortaleza de haber sobrevivido a una aventura rocambolesca.

¿Entendéis a lo que me refiero? Cuando uno se siente apático respecto a la mayoría de situaciones que uno experimenta, y el cine es de las pocas cosas que aún puede removernos por dentro, es vital, al menos eso creo, aprovechar el revolcón emocional que puede darnos una película para sintetizarlo en una alquimia capaz de provocar un antes y un después. Y evidentemente nunca será la película sino nosotros mismos los que realizamos ese cambio. Es solo que, para los que necesitamos que alguien o algo nos de un empujón (y no nos vale cualquiera) esta es una oportunidad como pocas, y yo lo sabía.

Si continúas leyendo, enhorabuena. No ando con más rodeos y procedo a unir todos los hilos ahora mismo. Para no hacer spoilers no comentaré más sobre El chico y la garza excepto para decir que cumplió su misión, me hizo llorar como un crío (yo no soy para nada de lágrima fácil, y Studio Ghibli es de las pocas cosas que puede emocionarme de esa manera). Además, para que la alquimia tuviese lugar, hice algo que os parecerá la mayor tontería del mundo pero que, para mí, había sido todo un reto. Fui al cine solo. Fue la primera vez que iba al cine solo, algo que había querido hacer desde hace mucho pero a lo que aún no me había atrevido, y lo hice para ver una de las películas más especiales que ha hecho y hará Miyazaki en su vida. He aquí esa sincronicidad y magia que yo mismo inventé, para dotar a la situación de la relevancia adecuada.

Todo esto para decir que me decido por volver a escribir. Por continuar una de las poquísimas cosas que podrían considerarse una constante en mi vida, si no fuera porque no he sido constante tampoco en ello (no he sido constante en nada). No obstante, es cierto que veo un hilo desde el chiquillo que en primaria creó ilusionado con unos compañeros un blog en el servicio blogpost de Google titulado «coleloco«, a aquel al que durante un tiempo le dio por hacerse el intenso subiendo un par cosas a Internet años más tarde, para después estudiar Periodismo pese a no sentirse comprometido o apelado por la carrera para nada y acabar escribiendo de diversos temas, a cada cual más aburrido, para medios online. Es lo único que me ha hecho merecedor del halago de algún profesor. «Bien escrito». «Bien expresado». También por parte de mi padre. (Aunque esto fue hace años, ¡en la carrera apenas aprobé redacción periodística por los pelos!).

El caso es que si un mínimo conocimiento matemático quedase a salvo en mi mente me hubiera ido ya por patas. Sí, a estudiar algo relacionado con las STEM que me hiciese llegar a una de esas nuevas profesiones que parecen de las únicas capaces de resistir a ChatGPT, aparte, por supuesto, de obrero o electricista. Pero a mí no me han sido dados talentos para el trabajo manual, y quién soy yo para ir en contra de mi naturaleza. Hice el bachillerato de Artes Escénicas, además, sabiendo de manera intuitiva hacia dónde tenía que tirar, y tirando por la borda ya, desde ese mismo momento, las matemáticas y la física y química (que ya suspendí en cuarto de la E.S.O). Por tanto no puedo huir del barco aunque quiera. De todos modos, he acabado llegando a la conclusión de que los perfiles humanísticos deberían ser mucho más apreciados y, con seguridad, ganarán cada vez mayor protagonismo en aquellos países que pretendan de verdad avanzar. Vamos, que también he borrado de manera radical cualquier atisbo de vergüenza o complejo, algo que también se me hacía imprescindible para tomar un camino con decisión y seguridad.

El caso es que este 1 de noviembre decidí que ya era hora (25 años, mejor tarde que nunca), de imitar al protagonista de Miyazaki en cuanto a empezar a caminar por el mundo en lugar de huir de él. Eso sí, tratando incansablemente de mejorarlo con las geniales capacidades que otorga el idealismo.

Rescato este blog, inactivo durante largo tiempo, para volver a escribir. El periodismo de hoy es una jodida basura. Yo ni siquiera quería ser periodista en un principio, tan solo elegí una carrera por descarte y envié la solicitud a Madrid, porque lo único que quería era salir de casa. Pero ahora sé que no estaba del todo listo por ese entonces. Todo ocurre por algo. Ahora toca hacer fuego a partir de la última cerilla (curiosamente, siempre queda una última cerilla). Si supiera de números me iría a servir a la sociedad diseñando planos para nuevas viviendas (que la gente no podrá pagar) o construyendo puentes sobre el mar (sobre el que conducirán vehículos privados en lugar de un transporte público más eficiente y menos contaminante). Por ello yo lo que voy a hacer es escribir.

Y avisar de que quizá ya tengamos bastante para ser felices. Lo que hay que hacer, es redistribuir y usar mejor las herramientas.

Durante los últimos años, he intentado hacer cualquier cosa menos esto. Cualquier cosa, lo que sea, menos escribir. Grabar vídeos, hacer música, anhelar el faranduleo, y soñar despierto. La vagancia y la apatía me han mantenido en un coma onírico. Pero el juego principal se juega aquí, y no en quimeras que cuanto más grandes se hacen, más te empequeñecen.

Prefería hacer cualquier cosa menos aquello que implique que alguien pueda intuir o presuponer un acercamiento o paralelismo con la idea del escritor. Mucho menos periodista, cuando esa palabra hoy día significa perro guardián del statu quo. He hecho de todo antes de tener que acabar aquí. Creedme. He procrastinado de manera implacable y he consumido todo el contenido de la red para mantenerme tumbado y aletargado hasta lo inviable. Pero es que tal vez no sepa hacer otra cosa, o al menos no igual de bien, o no con el mismo sentido, que escribir. Es una resignación, y también una vuelta que se siente apacible. Un regreso que tenía que suceder, porque he mirado en todos lados, y no he visto ningún otro lugar en el que sentarme y fluir, de la misma manera que aquí.

Yo también rechazo quedarme a vivir en una torre mágica de ensueño.

Vuelvo a casa.

Deja un comentario